La importancia de las cosas
"La importancia de las cosas", de Marta Rivera de la Cruz es una novela que se lee cómodamente en el metro. Es ligera y comprensible. Utiliza un lenguaje sencillo y prácticamente doméstico o coloquial. Algún gazapo de construcción gramatical por ahí suelto perdonable por no ser falta grave sino quizá ceguera por saturación de repasar una y otra vez el texto.
Lo más interesante de esta novela es el título. Por llamativo, por sugestivo y por las múltiples connotaciones que evoca: Una por cada lector que se acerca al expositor de la libreria esperando identificarse o descubrir algo nuevo.
Comienzas a leer y el tempo lento del primer tercio, impulsa -a los que nos leemos casi todo lo que cae en nuestras manos- a continuar esperando que suceda lo que tiene que suceder: Que las cosas importantes nos dañen el corazón, nos salten a la garganta, se marquen a fuego en nuestos sentimientos o nos identifiquemos con alguna de ellas.
Pero nada de esto sucede y, sin embargo, te das cuenta de que el material, los personajes y la sustancia novelística pierden fuerza por la mano que la modela más que por su propia capacidad de llegar a ser una importante construcción literaria. Durante el segundo tercio, el tempo de los acontecimientos adquieren una rapidez y densidad que por sí solas podrían constituir otra novela. Los personajes apenas crecen, no descubren nada nuevo, ni de si mismos ni de los otro, salvo datos biográficos y la absolutamente previsible historia de amor que surge entre ellos.
Por último, el tercio final es una repetición de la primera en clave de amor, de adolescentes ejerciendo su necesitada rebeldía, de luz de neón enfocada a los personajes, de tópica oportunidad de una nueva vida en la madurez. Artificial, y como se diría de aquéllos que aprendieron a bailar sevillanas cuando se pusieron de moda, muy de escuela de escritores, de catón y de manual. La creatividad, la elocuencia, el sentimiento puro y sin manipular, la expresión meditada, la persoalización, brillan por su ausencia.
Lo más interesante de esta novela es el título. Por llamativo, por sugestivo y por las múltiples connotaciones que evoca: Una por cada lector que se acerca al expositor de la libreria esperando identificarse o descubrir algo nuevo.
Comienzas a leer y el tempo lento del primer tercio, impulsa -a los que nos leemos casi todo lo que cae en nuestras manos- a continuar esperando que suceda lo que tiene que suceder: Que las cosas importantes nos dañen el corazón, nos salten a la garganta, se marquen a fuego en nuestos sentimientos o nos identifiquemos con alguna de ellas.
Pero nada de esto sucede y, sin embargo, te das cuenta de que el material, los personajes y la sustancia novelística pierden fuerza por la mano que la modela más que por su propia capacidad de llegar a ser una importante construcción literaria. Durante el segundo tercio, el tempo de los acontecimientos adquieren una rapidez y densidad que por sí solas podrían constituir otra novela. Los personajes apenas crecen, no descubren nada nuevo, ni de si mismos ni de los otro, salvo datos biográficos y la absolutamente previsible historia de amor que surge entre ellos.
Por último, el tercio final es una repetición de la primera en clave de amor, de adolescentes ejerciendo su necesitada rebeldía, de luz de neón enfocada a los personajes, de tópica oportunidad de una nueva vida en la madurez. Artificial, y como se diría de aquéllos que aprendieron a bailar sevillanas cuando se pusieron de moda, muy de escuela de escritores, de catón y de manual. La creatividad, la elocuencia, el sentimiento puro y sin manipular, la expresión meditada, la persoalización, brillan por su ausencia.
Etiquetas: en voz alta, literatura
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