miércoles, 15 de agosto de 2007

Qué hija de puta la hormiga


martes, julio 24, 2007 - ellagartoentulaberinto
El desarrollo económico de nuestra sociedad tiene su origen en la expansión europea de la ética protestante, decía el filósofo alemán Max Weber . La obtención de riqueza como recompensa del duro trabajo sería -para la mentalidad de un protestante- la prueba de que Dios está de su parte, de que está haciendo bien las cosas. Esta ideología religiosa determinaría el comportamiento social del individuo, que lo aprende ya desde muy niño por medio de fábulas y moralejas. No es casualidad que el desarrollo económico capitalista se desarrollara en los países protestantes del norte de Europa y de ahí se expandiera al resto del mundo.
La idea es simple: Si crees en Dios y le alabas, la vida te sonreirá. Cuanto más te sonría la vida, más convencido estarás de estar sirviendo bien a Dios. Por tanto, a quien no le sonríe la vida es porque algo malo habrá hecho.
Esopo era un tipo griego que escribió numerosas fábulas con moraleja, tratando de enseñar lecciones de la vida a sus lectores por medio de ejemplos. Una de sus más famosas fábulas es la de la hormiga trabajadora y la cigarra perezosa. Incluso en el fomento de estas ideas capitalistas protestantes -como en tantas otras cosas- los griegos ya estaban de vuelta de las corrientes de pensamiento más contemporáneas.
La idea protestante de Dios necesita de la individualidad de cada uno en su diálogo con él. El “amor al prójimo” no deja de ser, para cierta teología cristiana, una mera estrategia en la relación “one-to-one” con Dios para buscar una salvación individual. Y si otro ha nacido cigarra, pues ¡allá él!
Pero la fábula de Esopo no debería terminar en esa conversación, en ese “te jodes” que espeta la hormiga a la cigarra cuando ésta, muerta de hambre y de frío, le pide sustento. Porque si continuáramos con la historia, tendríamos que contar cómo la hormiga tuvo después que crear y mantener un costoso ejército que la protegiera de las cigarras por miedo a su venganza. Cómo construyó fronteras, habilitó papeles burocráticos, compró cámaras de seguridad, legisló contra las asociaciones pro-cigarras y limitó los derechos de otras hormigas a contactar culturalmente con otros insectos.
La música se consideró pecado y se perseguía a quien la escuchaba los fines de semana. Al verano siguiente, además, cuando la hormiga debía salir de nuevo al campo para apropiarse en exclusiva de los recursos productivos, tuvo miedo de hacerlo por las posibles reacciones de la cigarra, por lo que salió fuertemente protegida.
El consiguiente gasto en protección, fronteras, burocracia y represión, obligó a la hormiga a tener que recolectar más y más alimentos; a trabajar mucho más para acabar consumiendo apenas lo mismo, con suerte. Y, además, la sensación de miedo nunca le abandonó ya jamás.
Por otra parte, la hormiga debería hacerse esta pregunta ¿hubiera podido la hormiga llenar su despensa de la misma manera si la cigarra hubiese recogido alimentos también? Ah, no. Los recursos, querido Esopo, son limitados.
Ernest Hemingway utilizó un poema de John Donne para introducir Por quién doblan las campanas que expresa mejor, para mí, de qué va esto:
“Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte de la tierra; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia; la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad; y por consiguiente, nunca preguntes por quién doblan las campanas; porque están doblando por ti.”
Fernando León de Aranoa nos muestra la inhumanidad del planteamiento moral de la fábula de la Hormiga de una manera tan sencilla como lúcida, por medio de su personaje Santa, en Los lunes al sol. Y yo quiero decir -como Santa en esa importante película- que esto no es así. Que no, coño. Que no. Que la hormiga es una hija de la gran puta y que no puede monopolizar los recursos para sí hasta el extremo de dejar morir de hambre a otro insecto.
La cuestión, lector, no es si nosotros creemos o no en Dios. Sino si Dios cree o no en nosotros.
Una canción para la cigarra: With God on our side, de Bob Dylan
Un libro para la cigarra: Por quién doblan las campanas, de Ernest Hemingway
Una película para la cigarra: Tierra y Libertad, de Ken Loach

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