domingo, 23 de septiembre de 2007

El tigre

de Manuel Vicent.

Durante una tempestad que se desencadenó de repente en mitad de la sabana, un tigre fue alcanzado de lleno por un rayo, y entre los dos se produjo una gran confusión de luz, pero lejos de matarlo o herirlo la descarga eléctrica sólo trazó sobre la piel del tigre una nueva raya. A partir de ese momento fue un tigre con una raya de más, color fuego, que se veía brillando a mucha distancia. Si este felino tuviera vida interior, semejante suceso podría ser entendido como una gran conquista de su espíritu. Gracias a su poder de concentración para enfrentarse a todos los peligros había sido capaz de neutralizar la fuerza del rayo, un hecho del que podía sentirse muy orgulloso. Sabiéndolo diferente, todas las fieras de su misma especie, incluidos los leones, comenzaron a rendirle admiración, pero un día fue avistado por unos cazadores furtivos, quienes al advertir su rareza experimentaron un deseo furioso de capturarlo, puesto que este tigre se había convertido en una pieza única, la más cotizada, como una obra de arte. La codicia dividió a los cazadores en dos bandos: unos soñaban con ofrecerlo al zoo de Berlín para que se convirtiera en una estrella de la modernidad; en cambio, otros querían desollarlo, echar su carne a los buitres y vender la piel al peletero más afamado para que entrara abrazado a una mujer fascinante en el Metropolitan Opera House de Nueva York. El tigre supo muy pronto la pasión que había despertado entre sus admiradores, cuyo número iba en aumento día a día, todos armados. Estaba recreado en su gloria cuando oyó silbar muy cerca la primera bala. Era el mensaje que le mandaba un cazador para demostrarle cuánto le quería. A este disparo siguieron varios más, todos con la misma señal. Antes de que las bocas de los rifles formaran a su alrededor un círculo amoroso insalvable, el tigre consiguió refugiarse en una mancha boscosa de la sabana. Hasta allí llegaron enseguida otros cazadores con cerbatanas y cápsulas de somníferos. Ni siquiera podía esperar que la noche le protegiera. La raya de fuego brillaba sobre su piel en la oscuridad, y aunque le querían a él nada más, todas las fieras huyeron de su lado al verse descubiertas por aquel resplandor. A medida en que la raya del tigre despertaba más pasión, se ahondaba alrededor la soledad. El rayo lo había elegido para la gloria, y al mismo tiempo lo había condenado. El tigre supo que estaba perdido. El instinto le hizo saber que la belleza sólo está a salvo y permanece incontaminada cuando es inaccesible.

Una fábula con doble y moraleja. Sin olvidar que la pasión y la soledad son también belleza.

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