La condición femenina
Estamos en el siglo XXI y nadie en nuestro primer mundo (que no mundo único ni primero), duda ya de que la mujer está, todavía, en un estatus irregular. En este nuestro mundo primero, ha de pelear y renunciar para obtener una situación profesional y personal digna. Aunque quisiera poder referirme a todas las mujeres del mundo, en realidad estoy hablando de mujeres privilegiadas. Las mujeres “privilegiadas” de este primer mundo tienen un trabajo digno, un hogar, hijos y pareja estable. A partir de aquí las variantes y variables son todas las imaginables y cuantificables matemáticamente teniendo en cuenta factores económicos en función del tipo de familia, número de miembros, etc.: vivienda, la cesta de la compra, el coste de la salud, mantenimiento de los hijos, el gasto de cada miembro de la pareja, el divorcio, la jubilación,...etc. No sé si los psicólogos y psiquiatras “cuantifican” de alguna forma la afectividad, (que también forma parte de todo este cotarro), además de las estadísticas sobre enfermedades y pacientes.
A mi alrededor veo como mujeres cercanas a la treintena e incluso más, renuncian a la maternidad o a tener pareja, por la necesidad de trabajar para alcanzar una profesión y un sueldo dignos que les permita ser independientes económicamente. Las que no parecen renunciar a nada y se promocionan profesionalmente, bien sabemos que es porque delegan lo que la ciudadana media hace ella misma (educación de los hijos, apoyo a la pareja, tareas del hogar, cuidado de enfermos o ancianos), o renuncian totalmente, en su mayoría, a su vida personal y familiar, o bien reciben el apoyo incondicional por parte de la pareja y la familia.
También hay mujeres que optan, o quizá se encuentren con ello sin buscarlo, por ir viviendo su vida conforme la vida las vive a ellas. Entre ellas hay también jóvenes, que, conscientes de que el mundo es muy grande y ofrece mucho, buscan un lugar para si mismas, explorándolo. Pero también esta forma de vivir tiene su precio: no siempre lo comprendemos, compartimos o apoyamos, pero es de admirar. Se construyen a si mismas como un puzzle, a base de acertar y errar, disfrutar y llorar, buscar y encontrar. Viven seguras en la inseguridad, inconscientes de tan consecuentes. Marioliña, María y Ana, va por vosotras, aunque no seáis las únicas, sois las más cercanas.
Esta es una de las grandes revoluciones silentes. La incorporación de la mujer al trabajo. Bandera del feminismo y buena intención de alguna política gubernamental, ha hecho ver y comprender, que el trabajo “doméstico” no sólo tiene valor, sino también precio. Ahora que las mujeres votan, hay que preocuparse por su trabajo “remunerado” y profesional; fomentar la natalidad y velar por la crianza; de defenderlas de la lacra social de agresores que no asumen que somos seres independientes y autónomos; el cuidado de los enfermos y de los mayores (que cada vez seremos más, dicen) y de otros trabajos artesanales/creativos que surgen en el día a día del quehacer doméstico y que son vitales para el mantenimiento del sistema (consumista).
Y veo también que las madres jóvenes, son más estrictas a la hora de criar (no digo educar) a sus retoños. En el orden de prioridades están primero ellas. No es un reproche sino una realidad, es un buen principio para conservar la integridad mental cuando aparezcan los inevitables problemas, generacionales, de pareja o personales/vitales. En la actualidad, entre otros muchos, se está dando un curioso fenómeno: la diversión, el encuentro con los amigos, la “marcheta lúdica” es condición “sine qua non” formas parte de la sociedad. Tener “amigos” se antepone a la amistad y a la familia. Viajar por consumo, se antepone al descanso de unas bien merecidas vacaciones. Ser joven se antepone a vivir cada edad con intensidad y dignidad. La enfermedad y la muerte son tabús que sustituyen al tabú del sexo.
He detectado, porque también me pasa a mi, que las madres de cincuenta años con hijos en edad de ser independientes, tienen un problema común: los hijos y la pareja están antes que ellas, y ellos no sólo lo saben, sino que piensan que es lo normal. Lógico, porque así los amamantamos. Hemos sido puente entre una educación interiorizada de mujer para la familia (se dice machista, Teresa) y la mujer para la liberación. Estas cosas no tienen precio aunque tengan mucho valor.
Al final, la interiorización de una "educación victoriana" la pagas a precio de dependencia, y la liberación a precio de de-precio hacia tu persona y tus necesidades.
Y todo esto, como no es una guerra, me sorprende. Como me sorprenden tantas otras que suceden en "la sociedad del bienestar". Como dicen en mi tierra, “cando o demo non ten que facer, con o rabo espanta as moscas”. Maslow tiene razón, pero la pirámide se agrieta por algunos lugares conforme subes escalones. Estadísticas cantan, la psiquiatría cada vez tiene más enfermedades que investigar y más personas con las que trabajar. Conmigo quizá lo tendrían, pero ya traspasé el límite y ahora me resisto a la camisa de fuerza con mis pequeñas fuerzas de cincuentona. Me estoy extendiendo demasiado. Fin. © Teresa C.B. ©
Etiquetas: en voz alta, mujer
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