Abuelos
CÉSAR CASAL GONZÁLEZ. La Voz de Galicia. 3 de Junio de 2005.
SON gigantes. Su sombra es enorme por lo que llevan vivido, por lo que saben. Se acerca el fin de las clases y se multiplicarán una vez más. Lo hacen durante el curso y en vacaciones. No fallan nunca. Los veremos en los parques, junto a los columpios, para que el nieto no se caiga. En las aceras, incansables, tirando del carrito. En las farmacias, para comprar apiretal, y en los supermercados, para los pañales. No hay distinción de sexos. Será que la vida enseña. Se portan igual ellos que ellas. Los abuelos hacen tantas guardias como las abuelas. Sólo hay que ir a la salida de una guardería para verlo. Allí están, diez minutos antes por si acaso, así los educaron a ellos. Tengo mi teoría sobre ese grado de entrega. Los hijos intuimos que no hay nada como ser padres, pero ellos, los abuelos, ya lo saben. Tienen muy claro que lo mejor de la vida es educar a un chaval. Es una pena que nos entreguemos a los trabajos o a los amigos como deberíamos entregarnos a los hijos. Erramos el tiro, pero ahí están los abuelos para recoger al niño, darle la cena, apuntar la toma de medicamentos, quedarse dormidos en el sofá, mientras vamos al cine, y todavía preguntan: «El niño no tose, ¿estuvo bien la película?».
Gracias Burrus por enviármelo. Yo también te voy a contar una historia de abuelas y bisabuelas. Tengo una amiga que tiene varias abuelas, dos pero sólo conoció a una ella, a las que suma las tres de sus hijos aunque ahora sean dos . En total suman cinco. Abuelos son cuatro aunque no los conocimos, eran otros tiempos. Cosas raras de la vida. Como mis hermanos que sumamos nueve pero somos ocho y algunas veces me parecieron dieciocho y a veces pienso que diecinueve pero puede que al final sean doce. Otra peculiaridad.
Estaba con las abuelas. Va de abuelas y pendientes. A mi amiga le regaló su madre, es decir, una de las abuelas de sus hijos, unos zarcillos de su bisabuela paterna que eran de oro hueco, planos y con surcos, muy bonitos y también agradables de llevar porque no pesaban. Un día de parque de tantos como pasan los mapadres y abuel@s, durante la crianza, mi amiga se quitó los aros porque el cativo cuando lo tenía en el colo le tiraba de ellos.
Con tan mala suerte que uno se deslizó del bolsillo y lo perdió. Lo lamentó mucho, porque fue imposible de reponer y sobre todo le impidió continuar la tradición regalándolselos a su hija. Casi veinticuatro años después, a mi amiga le sucedió que de dos pares de perlas que eran una preciosidad, uno de ellos de su abuela materna, pero que no utilizaba porque no las consideraba suyas puesto que habían sido de la madrina de su hermana y abuela de las dos, ¡otra historia!.
El otro par, era el de la abuela de su hija, de un tamaño moderado, engarzadas en oro, de cierre antiguo y con un pequeño brillante en la parte de abajo, que ella utilizaba mucho por bonitas y porque verlas, el gesto de ponerlas y su tacto le recordaba el tranquilizador olor de su madre. En una ocasión especial, se las prestó a su joven y guapa hija con tan mala suerte que perdió una. Se acordó inmediatamente de los zarcillos. Mi amiga piensa que todo esto tiene algún significado, como cuando en el traslado se rompió el reloj del abuelo paterno sus hijos y poco después (unos siete años), se paró el tiempo de una parte importante de su vida.
Esta vez sin embargo, ella cree que los pendientes desparejados -tiene algunos más de esa guisa, regalos de personas a las que quiere mucho- quieren decir algo, pero no sabe qué. Yo me aventuré a interpretarle esta historia y creo que acerté. Ambos hijos dejaron desparejados unos pendientes antiguos, valiosos y entrañables:
Es el destino que nos dice que nada permanece, que poco a poco se aleja de nosotros o desaparece aquello que estimamos, apreciamos y amamos, tanto las personas como los sentipensamientos. Es decir, que todo cambia para que podamos "repetir lo nunca igual" (R.M.Rilke), como enamorarnos, retomar una amistad, leer un libro que nos había dejado huella, volver a estudiar, tomar el sol como lagartos, cantar con Serrat, escuchar y zambullirnos en el mar, contemplar la belleza, maldecir cien veces mil el horror y saber que es una buena amiga la soledad. ©Teresa C. B.©
SON gigantes. Su sombra es enorme por lo que llevan vivido, por lo que saben. Se acerca el fin de las clases y se multiplicarán una vez más. Lo hacen durante el curso y en vacaciones. No fallan nunca. Los veremos en los parques, junto a los columpios, para que el nieto no se caiga. En las aceras, incansables, tirando del carrito. En las farmacias, para comprar apiretal, y en los supermercados, para los pañales. No hay distinción de sexos. Será que la vida enseña. Se portan igual ellos que ellas. Los abuelos hacen tantas guardias como las abuelas. Sólo hay que ir a la salida de una guardería para verlo. Allí están, diez minutos antes por si acaso, así los educaron a ellos. Tengo mi teoría sobre ese grado de entrega. Los hijos intuimos que no hay nada como ser padres, pero ellos, los abuelos, ya lo saben. Tienen muy claro que lo mejor de la vida es educar a un chaval. Es una pena que nos entreguemos a los trabajos o a los amigos como deberíamos entregarnos a los hijos. Erramos el tiro, pero ahí están los abuelos para recoger al niño, darle la cena, apuntar la toma de medicamentos, quedarse dormidos en el sofá, mientras vamos al cine, y todavía preguntan: «El niño no tose, ¿estuvo bien la película?».
Gracias Burrus por enviármelo. Yo también te voy a contar una historia de abuelas y bisabuelas. Tengo una amiga que tiene varias abuelas, dos pero sólo conoció a una ella, a las que suma las tres de sus hijos aunque ahora sean dos . En total suman cinco. Abuelos son cuatro aunque no los conocimos, eran otros tiempos. Cosas raras de la vida. Como mis hermanos que sumamos nueve pero somos ocho y algunas veces me parecieron dieciocho y a veces pienso que diecinueve pero puede que al final sean doce. Otra peculiaridad.
Estaba con las abuelas. Va de abuelas y pendientes. A mi amiga le regaló su madre, es decir, una de las abuelas de sus hijos, unos zarcillos de su bisabuela paterna que eran de oro hueco, planos y con surcos, muy bonitos y también agradables de llevar porque no pesaban. Un día de parque de tantos como pasan los mapadres y abuel@s, durante la crianza, mi amiga se quitó los aros porque el cativo cuando lo tenía en el colo le tiraba de ellos.
Con tan mala suerte que uno se deslizó del bolsillo y lo perdió. Lo lamentó mucho, porque fue imposible de reponer y sobre todo le impidió continuar la tradición regalándolselos a su hija. Casi veinticuatro años después, a mi amiga le sucedió que de dos pares de perlas que eran una preciosidad, uno de ellos de su abuela materna, pero que no utilizaba porque no las consideraba suyas puesto que habían sido de la madrina de su hermana y abuela de las dos, ¡otra historia!.
El otro par, era el de la abuela de su hija, de un tamaño moderado, engarzadas en oro, de cierre antiguo y con un pequeño brillante en la parte de abajo, que ella utilizaba mucho por bonitas y porque verlas, el gesto de ponerlas y su tacto le recordaba el tranquilizador olor de su madre. En una ocasión especial, se las prestó a su joven y guapa hija con tan mala suerte que perdió una. Se acordó inmediatamente de los zarcillos. Mi amiga piensa que todo esto tiene algún significado, como cuando en el traslado se rompió el reloj del abuelo paterno sus hijos y poco después (unos siete años), se paró el tiempo de una parte importante de su vida.
Esta vez sin embargo, ella cree que los pendientes desparejados -tiene algunos más de esa guisa, regalos de personas a las que quiere mucho- quieren decir algo, pero no sabe qué. Yo me aventuré a interpretarle esta historia y creo que acerté. Ambos hijos dejaron desparejados unos pendientes antiguos, valiosos y entrañables:
Es el destino que nos dice que nada permanece, que poco a poco se aleja de nosotros o desaparece aquello que estimamos, apreciamos y amamos, tanto las personas como los sentipensamientos. Es decir, que todo cambia para que podamos "repetir lo nunca igual" (R.M.Rilke), como enamorarnos, retomar una amistad, leer un libro que nos había dejado huella, volver a estudiar, tomar el sol como lagartos, cantar con Serrat, escuchar y zambullirnos en el mar, contemplar la belleza, maldecir cien veces mil el horror y saber que es una buena amiga la soledad. ©Teresa C. B.©
4 comentarios:
Coincidiria contigo si se hubieran perdido los dos pendientes.Pero uno lo conservan y para mi simboliza que lo hermoso,lo que se quiere,lo que se aprecia, nunca desaparece del todo ni se aleja para siempre.Nunca estaremos solos mientras nos quede un pendiente.Cativo,colo,palabras que me recuerdan la ni�ez.
Esta empezando el dia 15,FELICIDADES Tareixa.Burrus
Graciñas Burrus. Eres el primero que me felicita en el día de mi nombre. Ahora me voy a dormir. Ya está bien de trabajar. Bicos.
y aunque lo que ocurrió pueda tener algún significado, no sabes como lo siente la hija de tu amiga, según me dijo ella porque llevar esos pendientes era como pasear con su abuela al lado
...además, anita, nadie olvida las aventuras con los carteristas de Pontejos. Tal para cual las trotamundos de dos generaciones alternas con un cierto parecido. Siempre nos parecemos algo a nuestros ascendientes, aunque prefiero decir "nuestros mayores", es una denominación mucho más entrañable.
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio